jueves, 27 de abril de 2017

Feministas, feminazis y femitontas.

Desde pequeña me educaron para ser una “buena mujer”, crecí en colegio de monjas, estudié en universidad de curas y trabajé un par de veces con niños... Me enseñaron un montón de estereotipos y los aprendí, no para encarnarlos en mi ser, sino para observarlos.

Me enseñaron, que tenía que ser mesurada, verme bonita, cuidar mi lenguaje, tener cuidado con las malas personas. Me dijeron como patinar, lavar loza, usar tacones, cuestionar la ciencia y la religión, ponerme una toalla higiénica, trenzarme el pelo, pintarme las uñas, orientarme viendo Monserrate, dar una patada, calcular la capacidad pulmonar de una persona mediante ecuaciones, medir el pulso y porque no… cómo escribir (De todo eso, me quedé con lo último, a medias) .

Nunca me dijeron que no escribiera de sexo, ni de política, ni de religión, esos vetos me los puse yo sola, cuando noté que cada vez que se me resbalaba una opinión frente a estos temas era catalogada como feminista, feminazi, o femitonta… porque ¡Claro, las puchecas, que tengo muy bien puestas gracias a mi madre!  me dan un femi prefijo... El sufijo tiende a depender de mi interlocutor.

Tampoco me dijeron que en carreras como la mía ( periodista) a veces lo que se dice es la mitad de lo que se calla, ni que una mujer inteligente a veces sonríe y se hace la pelota eso lo aprendí a punta de metidas de pata.

Hace menos de un mes un hombre con educación universitaria me dijo que nosotras estábamos hechas anatómicamente para la cocina. Le pregunté si las dos bolas de grasa que ostentaba en el pecho me hacían agarrar mejor el trapero, tragó saliva y me dijo: a ver… me explico mejor, nosotros estamos hechos para cazar, ustedes para cuidar. 

No lo culpo, muchos de los hombres que conozco crecieron con esa idea, no les dijeron que también nacieron para cuidar, no solo a sus mujeres sino a la humanidad entera, a otros les enseñaron  que ser machos es resolver las cosas a puños para romperse el cuerpo y no el alma como nos pasa a nosotras. Esos últimos son los que muchas veces me han llamado feminista, feminazi y femitonta. (Perdonen por generalizar, pero sí, que viva la subjetividad)

Feminista porque hubo un tiempo a eso de los 19 en que no usé brassier y un par de amigos creyeron que era una protesta contra el orden patriarcal, y sí ,era una posición personal, pero no contra los hombres ni el orden social, sino a favor de la comodidad y la belleza libre.

Feminazi, por que contrario a lo que muchos piensan odio lavar platos y recoger desorden, en especial si es de alguien que no es capaz de decirme gracias. Femintonta “ por no aprovechar los papayazos” cuando un tipo me quiere invitar hasta el cielo y más allá  y me quedo  con mi novio eterno o cuando digo que a veces la idea la guerra me aterra.

Me enseñaron, que tenía que ser mesurada, pero no suelo serlo con mis opiniones; verme bonita , aunque me siento divina despeinada. Cuidar mi lenguaje y lo acaricio cada vez que puedo, hasta que me pego en la punta del dedito y lanzo un sonoro hijuepuntazo…

y  aunque no me declaro feminista, ni machista, ni ninguna de esas vainas... solo puedo decir una cosa.

Lo mejor de todo lo que me enseñaron fue, que al momento de ponerme en los zapatos del otro, el género y el sexo no importan tanto como parece, todos debemos tener cuidado con las malas personas: Los extremistas que maltratan a los demás por opinar diferente, que juzgan por las rarezas, capaces de  encarcelar a otros o a sí mismos en un cliché, que creen en la existencia de personas netamente feminazis o femitontas.

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