sábado, 29 de abril de 2017

Así es ir en mototaxi bogotano.

Después de contar 8 taxis llenos y ningún bus en la calle 100 miro a lado y lado, como quien busca que de la nada un ovni me traslade a un lugar de manera urgente. Un tipo vestido con mameluco negro y casco de moto se acerca... me va dando la pálida.

-Monita - Señala el logo del mameluco,  dice conductor designado y alguna cosa de confianza que no recuerdo bien... Lo leo,  miro a lado y lado. - Monita, lleva como media hora parada en la esquina. Soy mototaxista ¿Necesita transporte? - Hasta hace dos minutos no sabía que ese negocio existía en Bogotá. Sigo la búsqueda con ojos de perro hambriento, todos van llenos.

-- Está bien, ¿Cuánto me cobra hasta la 73? le advierto que me dan miedo las motos.
- Tranqui, monita, que si se agarra conmigo va segura.

Me pongo un casco gigante y negro que parece de power ranger, con una viscera que me hace doblar el cuello de forma extraña. Le pregunto donde pongo los pies por que no  puedo verlos, me dice que sobre los topecitos azules... palpo con las suelas de los zapatos lo que puedo y encuentro algo que asumo debe ser ese lugar.

 Agrarro al tipo como un oso perezoso,  pero con toda mi fuerza, el mototaxista intenta respirar para darme el mensaje de que lo aprieto muy fuerte. El animalito motorizado ruge.... RUUUUNN RUUUNNN.... El tráfico está estancado pero salimos entre un par de carros plateados y una camioneta blanca. Miro a lado y lado  ahora sé como se sienten los mensajeros de la surtidora de aves.

Medio minuto después estamos esquivando buses azules, carros rojos, blancos, el tipo va rápido. Me vibran la cola, la entrepierna, las piernas, la panza y otras cuantas vísceras. Entre semáforos es imposible no hacerse consciente de lo contaminado que está el aire en las calles citadinas y lo estrechos que son los espacios entre carros.

Los escritores deben salir de su zona de comfort... los escritores deben salir de su zona de confort, me repito mentalmente. Le digo al mototaxista que no hay tanto afán, aunque es mentira. Él vuelve a respirar, fuerte para que note que lo estoy asfixiando y le baja un poco a la velocidad. 

-¿Preciosa y por que le tienes miedo  a las motos? -  prefiero no contarle que ví como aplastaban a un mototaxista  cual cucaracha contra un camión de acarreos y opto por mi otra versión light. 

-- Es que cuando tenía como 12 años en un paseo a SantaMarta me monté en una y me quemé con el exhosto, menos mal mi madre no se dió cuenta.

-Huyyy, eso sí que duele como un pu-as, entonces ¿Nunca aprendió a manejar moto?

Dos conductores pitan y  se lanzan hijuepuntazos. 

-- no--

El mototaxista ríe.

Me relajo un poco, me siento como Amelie de Montmairtre, con un casco más feo, y sin Nino Quicampoix  de piloto. Mi cabello ondea en el viento; que bonita es Bogotá. ¡Mier.... un hueco! frenamos en seco,  saltamos, creo que se me reacomodaron los riñones. 

- Tranquila preciosa... que ya casi llegamos... el tipo hace una U entre todos los carros que no se mueven,  me habla de la aplicación de transporte para la que trabaja, me pasa su celular me dice que si quiere le cacharree. No lo recibo y lo agarro más fuerte, él toma aire; sube la calle a toda, gira a la derecha, llegamos a la séptima con 73.

Me bajo de la moto, me quito el casco y quedo con el pelo como las plumas del pájaro loco, le paso el billete, me dice que le faltan 200 para las vueltas, le digo que se quede con el billete.

Apenas pongo los pies en el suelo y comienzo a caminar noto que tengo las manos muy sucias, y el olor del polvo en la nariz, pero la bolsa sigue intacta, todavía me vibran las nalgas y las piernas.

Me repito  de nuevo: los escritores deben salir de su zona de confort, los escritores deben salir de su zona de confort.



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