Cada vez que me preguntan si tomo en una reunión social digo que no, siempre sigue un interrogatorio que me hace voltear los ojos. Algunos piensan que es por salud, otros por religión y a la mitad le he dicho que me voy a emborrachar el día de mi boda, pero creo que es mentira.
Desde pequeña, como a eso de los 7 u 8 años me impuse un reto personal “ no probar un vaso o un sorbo de alcohol”. No fue porque mi madre hiciera campañas interminables contra el líquido que anima las fiestas de muchos, sino por una convicción personal que vino a través de charlas con mi abuelita, la observación de borrachos panzones y señores orinando en potreros durante los viajes que hacía con mis padres en vacaciones.
Durante la adolescencia me ofrecieron vino, cerveza, champagne y otro montón de bebidas espirituosas. Confieso que he ido a pocas fiestas, en todas he bailado hasta que me duelen los pies; en algunas me miraban mal o me rechazaban por no tomar ni una gota de licor, en otras me hacía la loca e intercambiaba mi “shot” con el de alguien realmente ebrio; para luego sonreir levantando la copa ajena vacía; aun sucede.
En la mayoría de encuentros sociales con licor que involucran más de 5 personas, hay un desconocido cuyo objetivo personal de la noche se convierte en hacerme tomar un vaso de cerveza. Existen quienes me dicen que soy infantil por no tomar, que no hace daño, que no sea tan paranóica o santurrona. Otros guiñan el ojo en plan galante, ruegan que no les desprecie el trago, piden ginebra, un cóctel , una cerveza o un ron para la señorita y se lo terminan tomando solos.
A veces cuando la gente se pone pesada bromeo y digo que soy de una secta secreta de abstemios extremos, no falta quien ha creído que es cierto y me ha preguntado cómo entrar en ese exclusivo grupo.
El día de mis 15 años me tomé una foto con la copa de champagne, fingí dar un sorbo durante la filmación y le pasé la bebida a mi abuelo o mi padre, no lo recuerdo bien, pero en el video no se nota. En mi grado de universidad brindé con jugo de mango y cuando me invitan a bares pido una botella con agua, porque la mayoría de cócteles alternativos que he probado son demasiado dulces o saben terrible (Lo dice una mujer capaz de comerse medio tarro de arequipe sola).
A veces me preguntan si no extraño el trago o ¿Cómo hago para estar bien en una fiesta? la respuesta es simple: no le tengo miedo al ridículo y creo que en verdad no puedo extrañar algo que no he querido o deseado. El alcohol no me causa ni me ha causado curiosidad, en cambio sí me parece interesante mirar los efectos que tiene sobre los demás.
En las celebraciones me río y hago tonterías como cualquier persona, siempre sobria. Afortunadamente mis amigos han llegado a comprenderlo y me defienden cuando algún gracioso trata de estrellar la botella de cerveza contra mi boca o ponerme licor en el jugo, esto último ha sucedido más veces de las que quisiera. Por eso, siempre huelo mi vaso en las fiestas.
He llegado a entender los olores del alcohol , aunque pocos me creen el del aguardiente quema la garganta; el de la cerveza me hace sentir seca, como si pasara arena. El del Bailey´s es dulce; trae una sensación parecida a la del ron. Algunos de los olores me agradan, pero no me llaman ni me deleitan, otros por poco me provocan arcadas como el del Whisky.
De momento sigo en mi cruzada personal, dándomelas de ñoña o rebelde, como ustedes quieran llamarlo, aguantando elogios y vituperios por tener casi treinta años y no haber probado el alcohol.
No he tenido mi primer guayabo, o eso creo… solo hay algo que me parece muy peculiar; es que pocos me creen cuando les comento que nunca he tomado un sorbo de cerveza, me preguntan cosas como ¿Y eres virgen? ¿Acaso estamos tan acostumbrados a que necesitamos un catalizador para entrar en clima de socialización?
Lo único que hoy sé es que esta mi forma de pararme frente a las compañías de bebidas embriagantes y decirles que quiero recordar cada momento, cada locura, que no les voy a dar mi dinero, pues prefiero gastarlo en libros, ropa y cosas que duren. Pero sobre todo es mi forma de contarle al mundo que cuando bailo salsa o salgo a celebrar el corazón me late a mil, me siento alerta, feliz, viva y aunque muchos piensen lo contrario ¡Lo bailao nadie me lo quita!
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