Tengo que admitir algo, la alegría del universo
entero cabe en un pedazo de pan azucarado. Pero no cualquier hogaza, tiene que tener algo encima o arequipe y bocadillo en el medio.
No parece gran cosa, pero en mi boca y mi cerebro, el
condicionamiento clásico juega pesado, me hace salivar y me trae recuerdos
dulces, literalmente.
Veo el azúcar diminuta, como arena transparente esperando a ser pisada por las yemas de mis dedos, pareciera que de repente las manos tuvieran pupilas, además de receptores olfativos y gustativos, por que el roscón, como aquí lo llamamos, se prueba primero con el tacto y los ojos.
Lo saboreo antes de ponerlo en mi boca,también con la nariz, por que los olores a veces se cuelan en la palabra, para mí un roscón sabe a niñez.
El
corazón me da un brinco y recuerdo a papá cuando estaba vivo, flaco, alto tomando
el pedazo de pan redondo con las manos sin ningún pudor. Lo dibujo poco a poco en el cerebro, con el
traje de corbata y las manos repletas de dulce, sonriendo de oreja a oreja, con los ojos brillantes, como un niño que acaba de darle señor mordisco a un pedazo de luna.
Un pedazo de pan con azúcar, me pone a bailar una canción sobre mojicones que aprendí de pequeña y está justo en el punto del cerebro que te estalla un impulso de risa en
la memoria. Es como si el olor a pan fresquito activara de inmediato el centro de refuerzo positivo en el momento preciso, es perfecto.
Por dentro canto:
camino para la escuela,
me dieron un mojicón...
se me salio del bolsillo
y un perro se lo comió
(Creo que casi nadie se sabe esa canción, si acaso mi abuela y yo, ya ni siquiera estoy segura si se lo comía un perro o un gato)
El caso es que para mí la alegría del mundo entero cabe en un pedazo de pan azucarado,
en la masa hecha a mano, en el color caramelo de la coraza de harina que se
exhibe bronceadita y pareja de una manera casi sensual.
La alegría está hecha de Arequipe, memorias de abuela,navidad, desayunos.
es el sabor que no está en la lengua sino en algún átomo muy muy muy adentro de los huesos, de la sangre, de la vida misma, allá donde nadie puede llegar, en ese pedacito de herencia viva, que la genética escogió por mí y que hace que mi madre diga que tengo los ojos de mi padre.
¿Suena exagerado cierto? pues sí , pero me vale un pepino y realmente como poco pepino.
El pan con azúcar saca en mí momentos que fueron, cosas que se han borrado de mi cabeza, instantes que serán y que nadie más reconoce, porque todos tenemos pasados, ausencias y vidas distintas. Y la mía está marcada por cosas preciosas y simples como la panadería dulce.
Creo que he sido afortunada, por que cada vez que alguien me regala un pan con azúcar algo resuena dentro en el interior y entonces no puedo evitar que se me asomen un par de lágrimas.
Aveces creo que la alegría con sabor a roscón la conocen solo aquellos que han perdido alguien que es una parte fundamental de la vida.
Aveces creo que la alegría con sabor a roscón la conocen solo aquellos que han perdido alguien que es una parte fundamental de la vida.
Porque para mí esos
pedazos de harina no tienen rellenos de arequipe, sino de canciones que ya no
escucho, de palabras que extraño y que se me escapan del cerebro, de cosas que
fueron y ya no van a ser, para mí el pan es una promesa de amor, que no se
borra con la muerte ni los años.
Para mí un pedazo de pan, reactiva esas memorias que no puedo materializar y que solo la boca o el cuerpo pueden manifestar, esas que jamás se pueden expresar con palabras, por que nada alcanza.
Digan lo que digan, para mí , en un mojicón, en un pan de
coco, en un roscón de arequipe, cabe toda la alegría del mundo.