El sábado 23 de Abril estuve en la FILBO,vi una fila larguísima de niños y adolescentes esperando al Youtuber Germán
Garmendia. Parecía que el único libro que se vendía fuera el de ese
muchacho, las portadas amarillas con negro desfilaban por aquí y por allá. El
stand de Holanda, el país invitado, estaba casi vacío y más de una persona dejaba
al descubierto la indignación de papel que tanto nos caracteriza a los
criticones.
“Ahora cualquiera escribe
un libro” fue una crítica repetida. Sí es cierto, eso no tiene nada de malo, si
alguien tiene la dedicación para hacer este ejercicio, si tiene algo que contar
o que ofrecerle al mundo, tiene también material para escribir un libro; el asunto es hacerlo bien, a conciencia.
Cualquiera puede escribir un libro, de matemáticas, de
crochet, de alcohol, decoración para uñas, física cuántica, química, impacto
social de la moda, de la violencia en Colombia, pero no cualquiera puede hacer
literatura sin una dosis mínima de trabajo mental y observación del entorno. No
cualquiera puede escribir poesía que cale en los huesos, ni costearse un
servicio editorial.
El domingo, en medio de una charla con el publicista de “La
gran Elena Ferrante el fenómeno editorial anónimo…” una periodista preguntó con
cara de indignación al invitado ¿Qué piensa acerca de que el sábado un Youtuber
hubiera colapsado Corferias? acto seguido, hizo referencia a nosotros, los que esperábamos saber de doña Ferrante, éramos apenas un grupo modesto y apretujado en la carpa de Arcadia.
Lo primero que me vino a la cabeza: Hay niños que compran el
manual de Bart Simpson, que tienen libros de Stickers, que leen caperucita
roja. Hay adolescentes que leen crepúsculo, señores creciditos que leen cómics,
amas de casa y ejecutivas que se devoraron 50 sombras de Grey, viejos y universitarios a los que si se les da la gana colorean mandalas … no veo la razón
del escándalo.
Considero que en medio de la feria del libro, no solo de la
literatura, las indignaciones sobre lo que debe leerse y lo que no causan algo de risa, más cuando el encanto del evento es la multiplicidad de temáticas en los libros.
Mientras mi novio iba al baño escuchaba a dos tipos “la
gente lee esa basura, Güevón nisiquiera es literatura decente”. Tuve que
reprimirme por que no tengo ni idea de lo que es la literatura decente,
algunos de los libros más famosos o bellos que conozco no fueron en su época literatura
decente. ¡Recemos pues, que la finura se nos está acabando y necesitamos más
Shakespeares y menos Yuyas!
Los youtubers son el reflejo de una sociedad a la que ya no
le bastan las palabras, que se apoya en imágenes como emojis y videos, que
necesita sacar toda la estupidez y la practicidad de las entrañas. Vivimos en una época en la que los jóvenes ya no creen en metáforas manoseadas, nada de amores profundos como el mar, ni en la blanca pureza de bla, bla, bla.
Los
youtubers y la literatura tienen algo en común, algo personal y transgresor: apelan a la sensibilidad,
ayudan a comprender los vacíos personales desde las palabras del otro, nos rasgan la piel, o nos hacen pequeños golpecitos en el cerebro siempre desde los ojos, llamando a la risa, al llanto, a la curiosidad, son semillas sociales.
El problema no es que un Youtuber haga un libro, sino cómo hacemos nosotros para que estos videos se vuelvan motores de cambio positivo. Hoy un niño puede empezar a leer a Germán, si logramos que
salga de la zona de comfort y luego busque a Harry Potter, si lo incitamos a que
de casualidad se cruce con los poemas de Jairo Anibal niño y otros autores como
Roal Dahl o Lewis Carroll (por no mencionar a otros) estaremos haciendo algo
maravilloso.
Si en cambio nos sentamos a despotricar y les negamos la posibilidad de leer a los niños o los jóvenes, si los cuestionamos por leer o nos dedicamos a
discriminar y juzgar lo que es decente de lo que no , les vamos a quitar una oportunidad
valiosa de las manos.