Una vez escuché a Ludovico Einaudi, hubo algo que no se me
pudo salir de la cabeza, como si cada vez que oprimiera una tecla del piano lo
reforzara con un poquito de peso o pesar.
Su música trae liviandad y dolor al corazón de una manera casi inadvertida. Sus melodías son para escuchar con los ojos cerrados, en el cuarto, sin nadie,
solo respirando.
Desde lo personal creo que sus canciones parecen suaves pero tienen algo punzante en el interior, que hala y cautiva como un recuerdo recurrente después de mucho tiempo. Tal vez es porque Einaudi llama desde la repetición desde secuencias
sencillas, que no necesitan tanto
adorno.
Cuando uno escucha a Einaudi, siente que la música flota,
literalmente, alrededor. Sentir su piano
es como ser un lago con el sol golpeando en la superficie, como convertirse
en el lirio que espera el tiempo a la orilla de un río.
Lo único que voy a
decir de este señor, por que no soy una experta para analizarlo, es que nació en Turín Italia en 1955, estudió en el Conservatorio de Música
Giuseppe Verdi de Milán y ha hecho música ambiental, para cine,
y algunas de sus canciones tienen cierta carga electrónica.
A mí me cautivó cuando empecé una clase de italiano, escuché
una canción llamada nuvole Bianche y desde entonces algo se me estremece
adentro cada vez que la repito.
Denle una oportunidad.
Aquí les va Nuvole Bianche para quienes además quieran escuchar una voz
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