martes, 12 de enero de 2016

Apostarle a las cartas

El dicho reza que quien tiene mala suerte en el juego tiene fortuna en el amor, mis intentos de ocio lo demuestran,  no sé como se juega póker, ventiuna, escalerita y esas cosas de mesa que salvaban los viajes familiares noventeros de convertirse en los momentos más incómodos de la convivencia entre primos.

Por otra parte, debo decir que  he sido una mujer afortunada en el amor, conozco  gente bonita por dentro y por fuera (no me refiero precisamente al hígado), he tenido pocos enamoramientos, un amor de verdad y bastante cariño para dar, no me puedo quejar, sólo hay una cosa que lamento: en esta época la mayoría de gente ya no escribe cartas y menos a mano.

Las cartas de amor eran una apuesta dura y a veces dolorosa,  que una vez entregada pertenecía totalmente al otro.  No había backups para recordar una a una nuestras palabras, no estaban los emoticones,  ni chequeos dobles o las excusas de mensajes borrados.

El tiempo de entregarle la parrafada a mano al otro usualmente era algo bello y personal, exigía contacto humano o la valentía suficiente para poner el sobre o la hoja en la portería, la casa, el pupitre o el casillero de la persona que la recibía y una seria dosis de suerte para que llegara otra carta de regreso.

El proceso de escritura exigía tiempo de reflexión y sinceridad para  poner la mano en el papel y volcar el cerebro entero sobre una hoja en plan exorcismo sentimental. Teníamos derecho a ser cursis, utilizar palabras largas, a garabatear, se trataba de manifestaciones puras, nada de filtros ni autocensura para no ser “ boleta”.

Las cartas  daban indicios del estado de la persona que te  escribía, la alegría en los colores vivos y los muñequitos en los bordes. La dedicación en el título, el contenido y los pliegues. Recuerdo particularmente que mis amigas doblaban las cartas en forma de flecha, a veces también escribí y tuve cartas arrugadas con circulitos mínimos por rastros de lágrimas.

El papel  de las cartas tiene un encanto parecido al de los libros, daba pistas sobre la intención, las de amigos solían ser en papel bond u hojas de cuaderno; las de papel pergamino casi siempre elegantes ya veces repujadas llegaban en eventos especiales. Las de sobre solían venir de lejos y las notitas de salón, que eran títpicas.

¿Qué pasó con las cartas?

No es difícil adivinarlo, nos volvimos rapidez pura, escribimos todo el tiempo a través de medios digitales, necesitamos ahorrar papel y es más rápido enviar un e mail o un emoticon con corazoncitos.

La desaparición de las cartas en la vida común me recuerda lo rápido que la sociedad cambia y con ella nuestro corazón. Es apenas lógico que cambie la longitud de lo que escribimos, el ritmo de vida y por supuesto nuestra predisposición a contar lo que sentimos y dejarlo por escrito, pues una carta es un documento de constancia.

Aún amo las cartas, lo malo es que esos papelitos podían hacer el cuarto un auténtico reguero, por eso guardé varias en cajitas. De vez en cuando las saco y las leo, a veces me hace falta ver la letra del otro, un te quiero escrito sin la mediación de la pantalla digital.

Ver una carta vieja, de alguna u otra manera transporta y abre el alma de una de una forma diferente a releer un e-mail antiguo; encontrar una carta  hace pensar que todavía podemos apostarle sin miedo al amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario